Son días de mucha confusión en el mercado financiero, sobre todo por los movimientos bruscos en los contratos del dólar futuro -que, a su vez, incide sobre el tipo de cambio-: tras la jornada del miércoles en el que todos se sorprendieron por el desplome de las cotizaciones, este jueves volvió a verse un rebote.
Así, las posturas a diciembre, que el miércoles habían caído a $1.240, subieron en un día a $1.260. En ambos casos, supone una previsión de un cambio muy estable y lejos del techo de la banda de flotación. Para tener una referencia de lo que implica ese desinfle de expectativas, a principios de abril, cuando reinaba la incertidumbre sobre el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional, el contrato a diciembre había superado los $1.460, lo que marcaba una expectativa de devaluación brusca.
En el nuevo régimen de flotación, de acuerdo con el cronograma previsto, el techo de la banda cambiaria para diciembre estará en torno de $1.515. Esto implica que alguien en el mercado de futuros está dispuesto a correr el riesgo de perder dinero si la brecha entre la cotización y el techo de ese momento es inferior al 20%.
¿Quién es ese alguien? La respuesta a esa pregunta es, por estas horas, el deporte preferido de la city financiera. La mayoría cree que fue el Banco Central, aun cuando públicamente se comprometió a no intervenir en ese mercado -y así se lo aseguró al propio FMI-, dado que el volumen récord de u$s4.300 millones resulta demasiado alto como para pensar que pueda haber surgido por parte de los operadores privados.
Sin embargo, hay quienes no descartan otras vías de intervención indirecta, ya sea del propio sector público o mediante «manos amigas», en un contexto de abundancia estacional de divisas.
En todo caso, lo que el mercado interpretó es que el Gobierno quiere dar una señal fuerte al mercado en el sentido de que mantendrá su compromiso con el «ancla cambiaria» como pilar de su plan económico. De esta manera, se fortalece la expectativa de que el dólar estable se prolongue incluso después de la fecha clave de octubre, cuando se realizarán las elecciones legislativas.
Dólar en baja: ¿quién vendió?
Lo cierto es que lo ocurrido en el mercado de futuros es centro de polémica, porque hay quienes asimilan la intervención oficial con una práctica ilícita. Y, de hecho, cuando en los últimos meses se «acusó» al BCRA de haber concretado posturas vendedoras, negó que hubiera tenido alguna intervención.
En realidad, no es que haya una prohibición para que el BCRA ponga contratos en ese mercado, pero muchos analistas creen que ese instrumento quedó «quemado» tras los juicios que se le hicieron a Alejandro Vanoli y a Axel Kicillof, respectivamente ex titular del BCRA y ex ministro de economía en 2015 -además de la propia Cristina Kirchner- cuando se llegó a un nivel récord de posturas que, cuando finalmente se devaluó, tuvieron un costo de u$s5.400 millones para el Estado.
Aunque finalmente la sentencia dictaminó la inocencia de los imputados, por entender que no se había incurrido en una conducta que deliberadamente dañara el patrimonio del BCRA y que esa intervención en futuros era una decisión que está dentro de las potestades de los funcionarios, igualmente quedó un remanente de rechazo. En caso de que, efectivamente, ocurra una devaluación, el BCRA tendrá que pagarles a quienes compraron contratos, por un monto en pesos equivalente a la diferencia entre el tipo de cambio vigente y el que se había «asegurado» y ante esas situaciones aparecen las acusaciones de índole político.
Carry trade recargado: cómo es la maniobra
Pero, más allá de la polémica sobre quién y cómo planchó al dólar futuro, lo que importa es la consecuencia de esta situación: permite la recreación de una de las prácticas preferidas por los inversores más sofisticados. Se trata de la llamada «tasa sintética», que permite simultáneamente hacer una alta tasa en pesos y cubrirse de una eventual devaluación.
La operatoria consiste en vender dólares y colocarse en pesos para aprovechar la tasa de títulos públicos -las Lecap, por ejemplo-, y en simultáneo comprar un contrato de dólar futuro para asegurarse un tipo de cambio. En otras palabras, lo que se gana por comprar el título público es mucho más que lo que cuesta ese «seguro» contra la devaluación.
Hablando en plata, si alguien se aseguró el miércoles un dólar de $1.240 para diciembre, significa que lo peor que le podría pasar es que el tipo de cambio se ubicara en ese momento se ubique sobre el techo de la banda. Es decir que tendría una pérdida, por diferencia cambiaria, en torno de 20%. Pero si al mismo tiempo compró un bono que le dejará una tasa de 38% efectiva anual, aun en el peor de los escenarios tiene una ganancia asegurada.
No es la primera vez que ocurre esta situación, por cierto. Ya se había producido a fines del año pasado, y ese fue el momento en el que el BCRA logró comprar su mayor volumen de dólares, porque a los importadores que tomaran deuda en dólares con los bancos, les convenía postergar la cancelación y quedarse en pesos para hacer esa ganancia financiera en vez de reclamarle las divisas al Central.
Y para los exportadores ocurre algo similar: en vez de ir corriendo al mercado paralelo para convertir sus pesos en divisas, también es preferible hacer una ganancia mediante esa cobertura financiera.
En otras palabras, Toto Caputo había generado una situación en la cual los importadores tenían un desincentivo a pedir divisas, mientras que los exportadores tenian un incentivo a venderlas lo antes posible en el mercado oficial.
Cómo conseguir dólares sin comprar
Con esos antecedentes, el debate que se está dando hoy en el mercado es si esa estrategia puede recrearse y, de esa manera, lograr el objetivo de que el Banco Central sume reservas aun cuando no intervenga con compras directas en el mercado.
Quienes elogian la estrategia oficial -asumiendo que fue el gobierno el que aplastó la curva de futuros- elogian el hecho de que, al influir sobre las tasas de interés, se genera una posibilidad de ingreso de dólares sin que la entidad dirigida por Santiago Bausili emita pesos.
Se está hablando incluso de la posibilidad de que el BCRA o el propio Tesoro emita un nuevo título nominado en pesos, con el objetivo de que ayude a la acumulación de reservas.
Es algo que está en línea con la postura que ha defendido Federico Furiase, el ideólogo de la política monetaria oficial, quien sostiene que si el Central BCRA se pusiera a comprar dólares ahora, estaría inyectando pesos que no necesariamente son demandados por la economía, y por lo tanto pondría en riesgo la política anti inflacionaria.
Es también por eso que Furiase le resta gravedad al hecho de que, en las últimas licitaciones, el Tesoro no haya logrado el «rolleo» de la deuda que vence. El argumento es que si un banco prefiere recuperar liquidez antes que cambiar un bono viejo por un bono nuevo, es porque necesita los pesos para darles crédito a sus clientes. Es decir, un aumento en la monetización de la economía por motivos genuinos y no forzado por el BCRA.
Carry trade: ¿un seguro de devaluación regalado?
Los críticos, en cambio, señalan el hecho de que la política actual supone la recreación de un «carry trade» que no será sostenible en el tiempo, porque dependerá de un retraso cambiario incompatible con una economía en crecimiento.
Y, además, apuntan que al intervenir en el mercado de futuros, están de hecho ofreciéndoles un «seguro de devaluación» a un precio anormalmente barato a quienes busquen ganancias rápidas con la especulación financiera.
Este argumento crítico está reforzado por la reciente disposición del BCRA que liberó la entrada y salida de capitales, y establece como única condición una estadía mínima de seis meses en la plaza financiera local -en ese sentido, el bajón de las cotizaciones en el mercado de futuros supone un incentivo extra para el ingreso de inversores del exterior-
En todo caso, la duda que sigue sin ser despejada es si con esta estrategia se logrará una meta que no parece fácil: aumentar las reservas del BCRA en u$s4.400 millones antes de julio, sin comprar dólares en el mercado hasta que el tipo de cambio no toque el «piso» de la banda de flotación -algo que, según la mayoría de los economistas, podría no ocurrir nunca-.