Fue una pieza decisiva para lo que constituyó, probablemente, la mayor matanza en la historia criminal de la Provincia, al menos desde el regreso a la Democracia en 1983. Se trata del hombre que, durante mucho tiempo, fue un enigma para los investigadores, el que habría hecho inteligencia y pasado la información crucial para el asalto y posterior asesinato del empresario maderero Oscar Knack, su esposa Graciela Mojsiuk, y los hijos del matrimonio, Bianca, de 12 años, y Cristian, de 25.
Si se le quiere poner un calificativo al hecho, podría decirse que se trató de una masacre; pero ni la Inteligencia Artificial podría imaginar siquiera lo que sucedió en el interior de la vivienda familiar. Tres criminales encapuchados irrumpieron por sorpresa, redujeron a los presentes y tras una feroz serie de tormentos, los encerraron en una habitación para rociarlos con alcohol y prenderles fuego.
Miriam, esposa de Carlos «Nano» Knack y mamá de Sofía (5) y Misael (2)
Con Bianca se ensañaron y la torturaron como si fuera un objeto, con el propósito de saber dónde estaba el dinero que fueron a buscar. Primero la golpearon con un fierro, luego le arrojaron alcohol y finalmente, la quemaron. Ni con el dinero en su poder se detuvieron.
Cristian logró escapar por la ventana cuando el cuarto ardía en llamas y rescatar a sus padres y a su hermana. Tenían quemaduras gravísimas en más del 90 por ciento de sus cuerpos.
Hacía muchísimo frío y lloviznaba aquel 25 de mayo; y el agua nieve que caía del cielo durante el atardecer resultaba un bálsamo de alivio para las víctimas.
Cristian permaneció inconsciente por espacio de 30 días en el sector de cuidados intensivos del hospital Madariaga. Despertó y pidió declarar. Contó lo que sucedió y aportó el nombre de uno de los responsables, al que vio sin capucha cuando escapó del incendio, señalándolo como Pablo Julio Paz, quien días antes del magnicidio había visitado el aserradero de la familia. El joven falleció poco después, pero su testimonio fue decisivo para el esclarecimiento del cuádruple homicidio.
En diciembre de 2017, Paz, Juan Ramón Godoy y Marcial Alegre fueron condenados a prisión perpetua por “cuádruple homicidio agravado por ensañamiento; robo calificado por uso de arma, en poblado y en banda”.
En los argumentos de la sentencia, el Tribunal Penal de Oberá señaló que un cuarto hombre había participado en el hecho y ordenó continuar con la investigación.
Sin embargo, este sujeto nunca apareció en la causa; siquiera su nombre, pero no se debió a que se tratara de un fantasma si no porque, en realidad, se sabía su nombre. Poco más de un año después de la masacre de Panambí, más precisamente el 16 de julio de 2015, participó en forma directa de otro feroz doble homicidio en el municipio de Los Helechos, donde junto a un cómplice asesinaron a tiros a Lidia Bezus (69) y a su hijo Diego Kosaczuk (29) con el propósito de robarles el dinero que tenían por una supuesta venta de pinos.
Es decir, en el momento de la sentencia por el caso Knack, este sujeto ya estaba detenido. Se trata de Sergio Elías Machado, quien junto a Jorge Miguel Chiluk fueron sentenciados a prisión perpetua por ambos crímenes.
Este hombre habría sido el que brindó la información de que los Knack iban a tener dinero por la venta de madera y habría alertado a la banda de San Javier -conformada por Paz, Godoy y Alegre-, de que Cristian había regresado de Corrientes con la plata, aquel 25 de mayo, y que era el momento de perpetrar el atraco.
El Único sobreviviente
“Era un hombre introvertido, callado, apenas si saludaba. Tenía la mirada baja; no te miraba a los ojos. Cuando caminaba era como si buscara algo en el suelo”, contó Carlos “Nano” Knack en una charla con MISIONES OPINA, en referencia a quien por entonces era su vecino, Sergio Machado. Sobre este sujeto contó que, durante un tiempo, trabajó como empleado de su padre.
Once años pasaron del terrible episodio que enlutó a su familia. Nano, como le dicen sus allegados, se casó con Miriam, la joven a la que aquella tarde acompañó hasta su casa sin saber que esa acción le salvaría la vida. Tienen dos hijos y él continuó con el negocio que había comenzado su padre.
Se convirtió en un exitoso empresario maderero, amplió el aserradero y de hecho, las instalaciones cuentan con horno propio. Si hasta exportan, desde principios de este año, madera a China, nada menos.
La familia vive en la vivienda que Oscar y Graciela construyeron con mucho esfuerzo. Nunca pensaron en mudarse, ni de dirección ni de municipio.
En este sentido, Nano es contundente: “Vivir con temor continuamente, no es vivir”. El tiempo pasó y aunque parece haber asimilado el golpe, el dolor continúa allí; los recuerdos vuelven a él como en un proceso cíclico. Por eso quizás, evoca la figura de su tío Néstor, quien “me ayudó siempre en todo. Hace unos años murió de cáncer. Era hermano de papá, un hombre noble que luchó y dio todo de sí para que se hiciera justicia. Gracias a Dios, así fue”.
“Más allá de la sentencia, que fue muy importante, no fue un consuelo porque, en definitiva, mi familia no está ni va a volver. Es consolador saber que esta gente está pagando por lo que hizo, pero no alivia el dolor”, aseguró.
Quizás, en sus hijos, Sofia (5) y Misael (2), haya encontrado la paz y la felicidad que opaque la aflicción de la nostalgia.