En pleno debate sobre si es grave o si no hay que prestarle importancia al déficit de la cuenta corriente -es decir, que la salida de dólares sea crónicamente mayor a la entrada de divisas-, todos han dejado saber su opinión, menos uno de los jugadores de más peso: el Fondo Monetario Internacional.
Sin embargo, hay señales suficientes como para saber que el organismo encendió luces amarillas ante un desbalance que se agrava a toda velocidad. De hecho, los pronósticos en el mercado se están revisando todo el tiempo al alza, y del 0,5% del PBI que se pronosticaba a comienzos de año, ya se está hablando sobre un rojo de cuenta corriente de casi 3% hacia fin de año.
Al mismo tiempo que una misión técnica del FMI revisaba en Buenos Aires los números de la economía argentina, otras misiones hacían lo mismo en otros países latinoamericanos. ¿Qué elogio el FMI, por ejemplo, en Brasil? Su flexibilidad cambiaria, que le permitió al país ser resiliente ante la incertidumbre global. En otras palabras, el haber devaluado el real cuando el contexto externo agravó el desbalance de las cuentas externas.
Esa ha sido, históricamente, la postura del FMI: dejar que el tipo de cambio sea la variable de ajuste, para que refleje la verdadera competitividad de la economía. Desde ese punto de vista, una de las peores cosas que pueden ocurrir es un déficit grande y prolongado de la cuenta corriente.
Y, en el caso concreto de Argentina, esa recomendación ha estado presente en todos los acuerdos con el organismo. Un estudio realizado por la consultora PxQ que dirige Emmanuel Álvarez Agis demostró que, un año después de la firma de los programas, la mayoría de las metas habían fracasado: la inflación era más alta, no se había logrado recortar subsidios y hasta el déficit fiscal se mantenía sin cambios. Pero lo que sí se lograba era la corrección de la balanza de pagos.
Tomando en cuenta esos antecedentes, ¿puede suponerse que en abril del año próximo el déficit de la cuenta corriente se haya corregido? Esto implicaría un salto devaluatorio posterior a las elecciones legislativas de octubre, y la factibilidad de que eso ocurra es precisamente el tema que más se analiza en las empresas, bancos y consultoras.
¿Un dólar a $1.345?: la remota posibilidad de una devaluación
Desde ya, se descuenta que, en plena campaña electoral, el organismo que dirige Kristalina Georgieva extremará la cautela a la hora de hacer recomendaciones sobre la política cambiaria.
Y esto ocurre por varios motivos: primero, porque sugerir que hay que devaluar supondría enfrentarse a Javier Milei, que acusa de «econochantas» a quienes hablan de un atraso cambiario. Pero, además, porque una insinuación sobre problemas cambiarios también implicaría una admisión de que el nuevo sistema de bandas no es en rigor una «flotación limpia», y eso también sería contradictorio con el discurso oficial.
Ni siquiera la confesada intervención del Banco Central en el mercado de futuros del dólar -que, indirectamente, topea al tipo de cambio- puede ser objeto de crítica sin que eso suponga un conflicto, dado que el viceministro de economía, José Luis Daza, dijo que esa operatoria del BCRA fue para corregir una anomalía del mercado y que había sido previamente consensuada con el FMI.
Sin embargo, por más que el FMI cuide la diplomacia al hablar de Argentina, hay señales incuestionables: antes de que se levantara el cepo, había calculado en un documento oficial que Argentina necesitaba un ajuste cambiario en torno del 20%. Suponía el certificado de defunción para el esquema del «crawling peg» al 1% mensual.
Pero a dos meses de la adopción del sistema de flotación entre bandas, aquella corrección cambiaria se produjo en mucho menor medida. De hecho, si se hubiese devaluado en la medida en que el FMI recomendaba en ese entonces, hoy el dólar oficial mayorista tendría que cotizar en torno de $1.345. Es decir, un 13% por encima del nivel actual.
Déficit, pero no por «motivos buenos»
El gobierno defiende la tesis -que el FMI comparte- de que una suba acentuada de las importaciones es el componente inevitable de una economía que se recupera a una alta velocidad y necesita insumos del exterior. De hecho, hay consenso sobre la regla del «tres a uno», que implica que por cada punto que suba el PBI argentino, las importaciones deben crecer un 3%.
Así lo dio a entender este viernes el propio Luis Caputo, quien dijo que es «razonable y hasta sano para la economía»
«El déficit de cuenta corriente es entendible desde un aumento de importaciones de bienes de capital y consistente con la inversión necesaria para una economía que está creciendo arriba del 5%», coincidió Pablo Quirno, secretario de Finanzas.
Pero esa justificación tiene un punto débil: la suba de las importaciones -que ya están en un nivel mensual de u$s6.500 millones- no está liderada por los insumos para la industria sino por la compra de bienes de consumo finales y de automóviles.
Los datos del INDEC marcan que el rubro «bienes de capital» crece un 69%, mientras que los productos de consumo lo hacen al 75% anual, y los autos a un 160%. Si se suman estos últimos dos rubros, explican un 21% del total importado -hace un año apenas llegaban al 14%-.
Y luego está el explosivo rubro de turismo, que no solamente se vio impulsado por el retraso cambiario sino además por la eliminación del impuesto PAIS, que abarató el costo financiero para quienes usan la tarjeta de crédito en el exterior.
De continuar con la tendencia mostrada hasta ahora, ese rubro podría implicar en el año una salida de u$s10.000 millones, superando incluso el récord histórico de 2017.
¿El FMI cree el argumento de Milei?
Pero el punto fundamental en la relación entre el gobierno y el FMI es si habrá acuerdo en uno de los argumentos que el presidente Milei defiende con más pasión: que cuando hay superávit fiscal, el déficit de cuenta corriente deja de ser una señal preocupante, y que ya no es el preludio de una crisis devaluatoria.
Afirmó el presidente: «Debería quedar claro que pensar una estrategia liderado por las exportaciones tampoco tiene sentido, ya que implica exportar ahorro y por ende menos inversión (a pesar de los llorones del déficit de cuenta corriente, el cual sólo es malo si es fruto del desequilibrio fiscal y no de la decisión privada».
El tono de ese artículo hizo recordar al de inicio de año, cuando publicó otro mensaje en el que se quejó sobre «el disco rayado del atraso cambiario».
En ambos casos, Milei dedicó sus críticas a los «econochantas» del mercado argentino. Pero, aunque no lo haya dicho, muchos de sus argumentos estaban también pensados para refutar posturas históricas del FMI.
¿Qué ocurrirá ahora? Hay señales que permiten ver que aunque los funcionarios pasen y los gobiernos en Washington cambien, al FMI le cuesta alterar sus posturas clásicas. Y, sobre todo, se el país que incurre en el déficit de cuenta corriente acaba de recibir u$s12.000 millones del propio Fondo, y tiene otros u$s8.000 programados.
Lo cierto es que en el FMI no creen que un superávit fiscal sea, de por sí, una condición suficiente como para evitar una crisis cambiaria. Hay documentos al respecto, que estudiaron casos en la región.
Por ejemplo, el ex director del FMI para el hemisferio occidental, Alejandro Werner, hizo referencia a lo ocurrido en Chile durante los años ’80, que a pesar de que la economía gozaba de equilibrio fiscal, aun así no pudo evitar la turbulencia cambiaria, por la persistencia de un déficit de cuenta corriente.
Lo más curioso del caso argentino es que esa opinión ha sido compartida por el mismísimo Toto Caputo: en un recordado informe de la consultora Anker publicado antes de las elecciones de 2023, el entonces consultor y ahora ministro se mostraba escéptico sobre la conveniencia de un sistema de flotación pura. Y ponía como ejemplo la segunda mitad de la gestión macrista, en la que, pese a acumular reservas en el BCRA y realizar un fuerte ajuste fiscal, igualmente hubo un repudio de la población hacia el peso.
«El programa con el FMI entre 2018 y 2019, a pesar de apuntalar el problema central del déficit fiscal, de terminar con el financiamiento monetario al Tesoro, de no haber emitido pesos desde junio 2018 y de haber mantenido constante el circulante en poder del público hasta casi el final del mandato, debió soportar los dos años de mayor inflación de la gestión«, recordaba Caputo, desde la perspectiva de quien fue víctima directa de esa situación, al no lograr controlar al dólar en su breve gestión como presidente del BCRA.